Recientemente, en la segunda lectura del domingo, leímos la carta de Santiago. Esta carta tiene muchos hilos interesantes – más y menos conocidos. Mientras oraba hoy con esta carta, me llamó la atención un fragmento al que se le dio el título «Falta de fiabilidad de los planes humanos» (Stg 4: 13-17):

Ahora les toca el turno a los que dicen: «Hoy o mañana iremos a tal ciudad y pasaremos allí el año, haremos buenos negocios y obtendremos ganancias.» Pero ustedes no saben lo que será el mañana. ¿Estarán con vida todavía? Pues no son más que humo que se ve por unos instantes y luego se disipa. ¿Por qué no dicen más bien: «Si Dios nos da vida, haremos esto o lo otro»? Pero no, están seguros de sí mismos y esa manera de jactarse es mala. El que sabe, pues, lo que es correcto y no lo hace, está en pecado.

Después de 2020, no podemos pasar por alto estas palabras con indiferencia. En la pandemia, muchos de nosotros perdimos seres queridos, trabajos y dinero, pero me parece que cada uno de nosotros hemos perdido nuestros planes. Resultó que en el siglo XXI no podemos predecir todo, no podemos ocuparnos de todo. Probablemente por poco tiempo, pero aún así, hemos aprendido un poco de humildad hacia el futuro desconocido.

Ayer me enteré de que mi tío de mi familia extendida murió después de una enfermedad muy breve que duró solo 3 meses. En un momento, no solo sus planes, sino también los planes de su familia, amigos, compañeros de trabajo demostraron ser poco confiables … Nadie está listo para la muerte. Es difícil no reflexionar sobre la fragilidad de la vida en este momento.

Me gusta mucho la frase en español: «hasta mañana, si Dios quiere», porque me hace darme cuenta de que aunque tengo un millón de planes para mañana, el mes que viene y dentro de medio año, para los que no siempre tengo tiempo suficiente, al final la vida no está en mis manos y lo único que puedo hacer es confiar en Aquel que lo tiene enteramente en sus manos. Él ve el panorama general, así que puedo concentrarme en estar aquí y ahora.