En Polonia celebramos el año ignaciano, una conmemoración de los 500 años de la conversión de St. Ignacio de Loyola. Sin embargo, resulta que en español este aniversario suena un poco diferente, porque es el 500 aniversario de «la herida» de St. Ignacio. Han pasado 5 siglos desde que el fundador de los jesuitas fue herido por una bala de cañón durante la defensa de Pamplona. Este fue, efectivamente, el comienzo de su conversión, porque leyendo la vida de los santos durante la convalecencia, quiso entregar su vida por completo a Jesús, pero sin embargo esta «herida» fue importante. A veces, tienes que viajar 2.500 km para descubrir una verdad tan simple.
Exactamente en el memorial de St. Ignacio tuve una oportunidad para estar en Pamplona, donde todo empezó para él. Aquí es también donde comencé mi retiro, que fue un tiempo de curar heridas y recuperar la fuerza espiritual antes del largo camino que me espera (si sigo los pasos de Ignacio, realmente es un camino larguísimo). Los pies de Jesús también me acompañaron. Los que peregrinaban por la tierra, eran ungidos por la amiga de Betania, llevaban el peso de la cruz… y luego eran quietos por los clavos afilados, pero solo por un corto tiempo, antes de que volvieran a atravesar la tierra. Esta vez diferente, convertido, resucitado. Sin embargo, todavía heridos.
Todos tenemos heridas dentro de nosotros. A veces más grande, a veces más pequeño. Pero nunca tan grande como para que Dios no pudiera convertirlos en gloriosas cicatrices. Esto es lo que canta Cristóbal Fones SJ:
Al final de la vida llegaremos
con la herida convertida en cicatriz.
El amor pasará varias facturas.
El camino nos dejará mil huellas.
Con la misma pared tropezaremos.
Alguna decepción nos hará mella.
Mas somos hijos de un Dios enamorado.
Sedientos buscadores de respuestas.
Somos pura ambición que Tú sembraste,
para que así tu reino floreciera.
Lucharemos a muerte con el ego.
Sentiremos que el tiempo nos aprieta.
Guardaremos derrotas en la entraña.
Perderemos la música y la fiesta.
Y, con todo, seguiremos bailando.
Porque así somos, humanos en tu estela.
Portadores de un fuego inextinguible.
Creyentes en un mundo sin fronteras.
Somos fragilidad entusiasmada,
soñadores que no se desesperan.
Nunca renunciaremos al mañana,
aunque en el hoy nos toque la tormenta.
Y si acaso se agrietan los motivos
por los que un día elegimos tu bandera,
agrietados seguiremos caminando,
que tu evangelio es ahora nuestra tierra.
Ewa, has descubierto, experimentado la herida de Ignacio y del Resucitado. Como Tomás tus manos la tocaron y fuiste transformada. Dichosa tú. Ahora puedes seguir tu camino, «peregrina»…!
Gracias por todo! ❤❤❤